Buscar curro es como una partida de cartas: hace falta mañas, rodearte de la gente adecuada (uséase, contactos, enchufes, o como se le quiera llamar) y, sobre todo, SUERTE. El azar muchas veces decide el desenlace del juego. Nada que ver con lo que pensaba en mis tiernos años de estudiante, cuando, inocente de mí, estaba convencida de que a uno lo contratan por sus capacidades y que el concepto "enchufe" no se daba más que en excepciones. Ja! A decir verdad, cuando estaba haciendo la carrera estaba en la parra, me sentía privilegiada por haber sido admitida en una facultad con un examen de acceso peor que el cásting de OT y me concentraba en sacar buenas notas, sin ni siquiera pensar en cuánto iba a ganar al trabajar, ni cómo sería un día en la vida de un currante de mi oficio. Me conformaba con asentir con una sonrisa placentera cuando los profesores nos aseguraban que en este mundo "hay muchas salidas" y que poco menos que nos iban a llover las ofertas de trabajo. Ja! Es cierto que hay posibilidades, pero yo me pregunto: si alguien me hubiera dicho que el sueldo medio al que puedo aspirar en una empresa en Espana son 1.200€ al mes, hubiera vuelto a estudiar lo mismo? En el fondo he de admitir que sí, pero por cabezonería, lo cual no significa que las universidades no estén en la obligación de orientar a sus pimpollos sobre lo que les espera ahí afuera: una remuneración en absoluto generosa para el talento y los malabares intelectuales que requieren la profesión y la plaga del teletrabajo, que nos está engullendo poco a poco.
Ahora me encuentro con una mano delante y otra detrás. Como ya dije en otra ocasión, tengo mi futuro asegurado durante seis meses, pero después no tengo ni idea de lo que pasará con mi vida. Hay gente que se toma con filosofía la búsqueda de empleo. Yo estoy haciendo progresos y aprendiendo a controlar mi ansiedad, pero hay veces que la espera con su "a ver qué pasa" adosado me chamusca la cabeza. Me han hecho un par de ofertas y ninguna me convence; aun así, no puedo evitar sentirme culpable por rechazar trabajos, tal y como está el panorama.
Pero es que me gusta apostar por el más difícil todavía: se me ha metido entre ceja y ceja ir a Francia. Además de obvios motivos personales (ejem), me tira aprender otro idioma nuevo. A pesar de adorar Colonia, a veces el corazón me pide aires nuevos. Los 25 pesan y sé que no quiero echar raíces aquí. Por eso, inconscientemente, me doy cuenta de que es hora de partir, aunque una parte de mí se quede aquí para siempre, un pedazo no es un todo, y antes de que la inercia me venza contra mi voluntad, he de ser fuerte y tomar una decisión. Pero adónde? Los nómadas no tienen mucho futuro en el mundo actual. Una pizca de espíritu bohemio está bien, en su justa medida, por desgracia uno no puede pasarse recorriendo el mundo con una guitarra toda la vida. No en este mundo ni en esta época.
Entre oferta y oferta que leo en mis horas apáticas de trabajo, me pongo a estudiar un libro de francés que me he comprado. No sé si mi futuro estará en el país del queso, el champán y las ostras, pero por ahora es la idea que más me seduce. Siempre me han gustado los retos imposibles. Quizás me dé de bruces con el suelo y termine llorando de rabia ante el fracaso, mi peor enemigo. Pero me puede la cabezonería y el atractivo de los imposibles.