domingo, 4 de febrero de 2007

Gángsters y carnaval (1ª PARTE)


Ya estoy de vuelta. La semanita por las Cataluñas me ha sentado la mar de bien. A nivel profesional ha supuesto un nuevo reto (esta vez 100% de lo míooooo!!) que me ha servido para cargas las pilas y las ilusiones y, en lo personal, me ha hecho reencontrarme con una amiga muy especial que conocí en mi verano más friki e inolvidable (hasta ahora). Veo que las cosas van saliendo y que el rompecabezas de mi vida se va componiendo sin prisa, pero sin pausa, la angustia y la incertidumbre existenciales que llevaba arrastrando desde hacía meses están, al menos temporalmente, superadas.


Quitando la barrera lingüística, que a veces me hacía sentirme un tanto gilipollas (si es que me veo hasta más suelta en Alemania! Odio no conocer los idiomas de los sitios a los que voy) he disfrutado mucho descubriendo Barcelona de noche (currando no me quedaba otra, ya me hubiera gustado poder tirarme paseando los días enteros... Cuanto más curro, más lo odio, diosss, el curro te consume la vida, pero eso es harina de otro costal, ya escribiré un manifiesto contra el trabajo en otra ocasión): Barrio Gótico, la playa, Ramblas, Barrio de Gracia... Maravilla maravillosa, me ha recordado mucho a París, con esas callejuelas oscuras llenas de misterio y encanto, esas tiendas tan chic y alternativas....


En nuestros interminables paseos y viajes en metro no podía evitar desear con todas mis fuerzas que el destino propiciara un encuentro casual con P., un chico que ni fue mi novio, ni mi rollo, sino únicamente objeto de mi deseo (y creo que yo del suyo) tiempo hace ya, aquí, en Colonia, y que se fue hace unos meses a vivir a Barcelona.... Es el mejor amigo de uno de mis compañeros de piso y, a pesar de ser un inmaduro, cobarde y patético cuando se emborracha, me ha gustado a rabiar. And the story goes like this:

Érase una vez una caperucita absorbida por la vorágine del carnaval colonés, todo un fenómeno social por estas tierras. El quinto y último día de esta fiesta, donde la gente más desfasa y flipa y lo da todo porque al día siguiente sus vidas volverán a ser igual de patéticas que antes y no tendrán la excusa del alcohol y el espíritu loquísimo carnavalesco para cometer locuras o deslices amparados por un disfraz que propicia el desdoble de personalidad, pues nadie se queda corto y esta mediana ciudad se convierte en un enjambre de gente disfrazada ávida de alcohol y sexo.


La caperucita, inocente como pocas, estaba toda ilusionada con la fiesta del lunes de carnaval, porque sabía que, como su casa está tocada por la gracia divina y queda justo encima de donde pasan los desfiles del ansiado día D, iban a venir muchos amigos suyos, de sus compañeros de piso... sobre todo le emocionaba la idea de ver a P, un peazo de lobo que ya había hecho intentos con ella hacía ya tiempo sin mucho éxito, porque ella, muy recatada y exquisita, no se iba a follar a un tío que, por mucho que le diera morbo, estaba todo borracho y tirando tejos a diestro y siniestro. Aquí o exclusividad o nada! Ella era consciente de que había feeling entre los dos, veía las babas que se le escapaban al lobo P. por las comisuras de los labios cuando ella le hablaba de España, playa y tapas con su sensual acento extranjero. Saltaban chispas, y no sólo ella lo notaba. El resto de compañeros de guarida le sugirieron que atacara de una vez, que ya estaba bien de marear la perdiz y que estaba claro que ahí había tensión sexual por ambas partes que pedía a gritos una descarga salvaje. El lunes sería el día: fiesta, cachondeo, disfraces... las condiciones propicias para la deshinibición y el acercamiento más directo.


Caperucita empezó a beber muy de mañana, para soltarse lo más que pudiera, y rezó a los hermanos Grimm para que le dieran valor para afrontar el desafío, a ella, la tímida de las tímidas... Tras un desayuno festivo con los tambores de la comparsa repiqueteando ya en la calle, empezó a llegar la gente. Ella ya se estaba impacientando a la espera de la esperadísima entrada triunfal de su lobo; mientras tanto iba matando los nervios y perdiendo la vergüenza a golpe de copa: un vodka, otra Kapiroska... Después de un par de cubatas Caperucita ya iba de lo más suelta y locuaz con su disfraz de Janis Joplin, hablando con todo el mundo, bailando, riendo, aunque ansiando por encima de todas las cosas ver aparecer por la puerta al protagonista de sus fantasías... Dicho y hecho. El susodicho no tardó en hacer su entrada con un disfraz de mafioso que le daba un siniestro aire de cabrón que derritió a la cándida caperucita, con debilidad por los malotes muy malos. Dos besos y un "qué tal" pronunciado en un castellano macarrónico aunque aceptable por parte del alemán bastaron para encender sus impulsos salvajes, y tuvo que hacerse la modosita para no tirarse al cuello de P. y arrancarle a mordiscos la camisa manchada de sangre de pega...


CONTINUARÁ....

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